Jugando con Story Cubes

Hoy hemos llevado a cabo una actividad muy particular. Hemos jugado a Story Cubes. Un juego que permite desarrollar la imaginación y fomentar el uso del lenguaje.

El juego consiste en tirar una serie de dados y utilizar las imagenes que aparecen para construir un relato. En esta ocasión, cada uno de los participantes ha elegido un dado y ha continuado la historia en el punto en el que la dejaba el participante anterior.

El resultado lo podéis leer a continuación.

Era un frío sábado de invierno, había quedado con Rachid y con Amalia para ir al monte a pasar el día y hacer una barbacoa. Rachid se encargaba de llevar las patatas fritas, Amalia de llevar las bebidas y yo de llevar la carne y el carbón. Amalia trajo una cantimplora que El Corte Ingles le regaló por haber hecho la compra. Después del aperitivo estuvimos jugando una partida al ajedrez, lo pasamos genial. Primero jugaron Amalia y Rachid y luego yo contra Amalia. Me ganó con la reina. Rachid llevó consigo al monte una pelota para jugar al tenis. Yo le di demasiado fuerte y se fue muy lejos. Tuvimos que ir a buscarla pero no la encontrábamos. Después de un buen rato, la vimos en unos arbustos. Cerca de allí, había un albergue. Entramos a visitarlo. En el salón había una chimenea para calentar la estancia. Un hombre se encargaba de echar troncos de vez en cuando. Se parecía a Zapatero, tenía la ceja levantada. Olía a romero y tomillo. Eché un vistazo al reloj y me di cuenta que eran las doce y cinco de la noche. Estábamos sin cenar. Teníamos que volver para montar las tiendas de campaña y cenar lo que nos había sobrado de la comida. Hicimos un fuego para evitar que nos atacaran animales salvajes. Llevábamos dos horas dormidos cuando nos despertó un ruido extraño. Encendimos las linternas y salimos a ver de que se trataba. Una luz parpadeante de color violeta nos cegaba la vista. Un objeto volador no identificado aterrizaba delante nuestro. Nos quedamos sorprendidos, más aún cuando se abrió la puerta y bajó un hombrecillo con capa y máscara. Este hombrecillo intentó intimidarnos y asustarnos. Decía que podía meterse en nuestras mentes y saber lo que pensábamos. Hablaba nuestro idioma y se le entendía muy bien. Tenía las ideas muy claras. Decía que había seguido nuestros pasos desde hacía mucho tiempo y le interesaba nuestro comportamiento y nuestra forma de pensar. Como no le hacíamos caso, volvió a su nave y se fue. Nos metimos en la tienda de campaña a descansar y comentar lo que acabábamos de ver. Nos dormimos al poco y empecé a soñar. Soñé que, en vez de estar en el monte, estábamos en una isla desierta llena de palmeras, conchas de mar y una torreta grande. Un ruido extraño nos despertó. Al abrir los ojos, me levanté, salí de la tienda y vi a un hombre que gritaba de dolor. “¡Ah, coño!” repitió varias veces. Le salía sangre de la pierna. Corrí a buscar el botiquín para curarle la herida. Nos contó que estaba por la zona porque crecen multitud de setas silvestres y trufas. Se llamaba Ginés. Mientras le curaba, mis compañeros fueron a buscar mas troncos para la hoguera. Al volver, se encontraron con un perro pastor alemán que tenía unos cables enredados alrededor del cuello. Le estaban cortando la respiración. Por suerte, teníamos unas tijeras en el botiquín y pudieron quitárselos. Decidieron adoptarlo. El perro les acompaño hasta el campamento. Mientras, Gines seguía quejándose por el dolor. Lo tranquilizamos como pudimos. Tapamos la herida con unas gasas y le hicimos un torniquete. De repente, volvió a aparecer un resplandor violeta en el cielo y se paró en el aire, delante de nosotros, el mismo ovni que nos habíamos encontrado antes. Se abrió una compuerta y se desplegó una rampa. Apareció el mismo hombrecillo de antes, pero esta vez, armado con una espada laser. Nos amenazó. Nos dijo que nos iba a convertir en uno de ellos. Quería nuestro adn para experimentar en su laboratorio. El perro se lanzó hacia el marciano para defendernos. Se le tiró encima mordiéndole la yugular. Lo mató. Aprovechamos la ocasión para subirnos a la nave y salir de allí pitando. Ninguno sabía pilotar pero tenía un boton de piloto automatico.


Continuará...

En la construcción del relato han participado Pedro Antonio, Leo, Rachid, Ginés, José Antonio, Amalia, Vicente, Toni, Raquel, Salva, Rafa y María Luisa


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